sano
ese día, en el asiento del metro, pedro se quedó dormido frente a la hora. se pasó 6 estaciones, y se lamentó por el 9:02 en vez de 8:30 que marcó la máquina al insertar la tarjeta. la mirada del jefe insinuaba seguro tendría que suplir el déficit a la hora de colación.

enfermo
juan asistía todos los días a aquel café 15 minutos antes que acabara su hora de colación. tomaba un espresso, en tres sorbos. unos 7 minutos antes que tener que volver a la oficina, pagaba y se iba. un día, frente al café, se tropezó con una pelota de fútbol que estaba en la vereda. pelota que terminó rebotando en el vidrio de un auto que pasaba, para caer luego frente a una señora. quien, como quien se contiene de decir un exaprubto porque no vale la pena, le dirigió una mirada (estúpido) y se fue. juan -ahora medio aturdido- entró al café. se pidió el espresso, tres sorbos. y volvió a la oficina.

rutilante
la calva de diego relucía. y asumido, la cuidaba. había calculado tendría que salir unos cuarenta minutos antes de su casa para llegar a la reunión. en el camino el mensaje no alcanzo a llegar, reprogramemos para la otra semana le hizo cambiar de rumbo. volver a la casa así de emperifollado, y sin nada que contar no le hacía mucha justicia al -casi nuevo- terno. el té de su madre seguro iría acompañado de un silencioso penoso. y esa condescendencia sí que no.


andaba de mal genio. se imaginó apagando la colilla de cigarro en la lengua del viejo, ante el piropo que a medias entendió. en vez, la apagó en su suela, la tiró al basurero y musitando maldijo.
esperando la luz verde para cruzar la calle, vio al otro lado tres hombres sentados en un banco. le daban la espalda. los dos de la izquierda, de terno, el tercero de polera. el de la derecha pegó en el hombro al de al medio. cruzó y no consiguió notar, con el sutil reojo, nada particular.